El gran dictador (Charles Chaplin, el judío que se reveló contra Hitler)

Por José Luis Pozo Fajarnés

 

El gran éxito que consiguió Chaplin con esta cinta ha derivado en que hoy día sea de entre toda su obra, la más famosa, sin menosprecio de tantas otras que muchos pondrían como primeras y también sin quitar ni un ápice de relevancia al mismo personaje de Charlot, que es considerado por todos un personaje “universal”. En el reparto de la película debemos considerar sobre todo los dos personajes fundamentales, el mismo Chaplin que desarrolla los dos papeles protagonistas, el del barbero judío y el del dictador Hynkel. El otro es el de Paulette Goddard, que interpreta el personaje de Hannah. Con ella, Chaplin también había rodado su filme anterior, Tiempos modernos. La Goddard fue la que ocupo el número tercero de las cuatro esposas que tuvo.

 

La película está rodada en Estados Unidos y está producida por el mismo Chaplin y bajo los auspicios de la compañía United Artists. Pese a que el año en que se data la película es el de 1940, el rodaje comenzó el año anterior, justo cuando Hitler llevo a cabo la invasión a Polonia. Un hecho que fue el detonante para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, una contienda en la que tantos y tantos perecieron, y entre ellos tres millones de judíos. Una cantidad tan importante que supuso un serio revés en la continuidad de su religión, la cual es el factor ecualizador de muchos seres humanos diferentes, dada su dispersión geográfica ancestral.


El gran dictador es la primera película plenamente sonora de Chaplin y en la primera en la que abandona su famoso personaje “vagabundo”, de extravagantes andares, tocado con bombín y distinguido por un pequeño y centrado bigote (este último casualmente definido a la manera del dictador criticado). Chaplin es el director y guionista de la película, además de autor de la música, aunque en este caso en colaboración con Meredith Willson (uno de los compositores más populares en Estados Unidos y que escribió piezas inolvidables: You and I, Seventy-Six Trombones o Till There Was You, entre otras). Chaplin no era un músico profesional sino que era un mero aficionado, pero grande, muy grande. Además de crear y arreglar otras composiciones para adaptarlas a los filmes era un virtuoso de muchos instrumentos (el piano el violín, el violonchelo, la flauta…). Apostó por el cine mudo cuando el sonoro ya había triunfado, y pese a ir contracorriente, por su gran esfuerzo y bien hacer, consiguió algunos éxitos. Por ejemplo, el de Luces de ciudad, en la que sincronizaba magistralmente las imágenes con la música. La importancia de la música en el cine fue perfectamente vista por Chaplin, de manera que años más tarde transformó sus viejos cortos, protagonizados por su personaje Charlot, componiéndoles música, para ello busco la colaboración de un gran compositor y pianista, Eric James. Tal decisión fue un acierto pues los “añadidos musicales” que habían adjuntado a esos cortos los diversos productores no les hacían justicia


Los lectores de este comentario deben saber que Hitler vio la película y que, al parecer, la hizo alguna gracia. Testimonios de ese hecho así lo aseguran, los mismos que también aseguran que lo que más cómico le resultó fueron las escenas en las que aparecía junto a Mussolini. También es cierto, como no podía ser de otra manera, dada su habitual forma de tomar decisiones, que Hitler prohibió a los alemanes verla. 
Para este comentador lo más interesante del filme es cómo Chaplin ridiculiza la ideología nacional-socialista, concretamente haciendo ver a los espectadores el absurdo del mito de la “raza superior”, el mito que expresó de forma definitiva Alfredo Rosenberg, a partir de las tesis de Nietzsche. Chaplin también pone en ridículo el hecho terrible de la persecución de los judíos, y también ridiculiza las ansias de poder de Hitler. Chaplin consigue que todos los que ven la película, si no están obnubilados por la estupidez denuesten las prácticas de los acólitos del Adolf Hitler. El punto de vista de Chaplin sobre lo que pensaba que era el nazismo -antes de mostrar su peor cara- es digno de encomio, y de agradecimiento. La mayor parte del metraje se dedica a todo lo anterior y nos encanta. Chaplin consigue que El gran dictador sea una de esas películas imprescindibles para saber lo que no deben ser y hacer los hombres;  además de conseguir con su realización una de las joyas imprescindible y bellas del séptimo arte. Pero hay un pero. La narración decae, pese a lo emocionante que pueda parecerle a muchos, al final. Cuando el falso dictador lanza el famoso discurso. Ese discurso, pese a ser elogiado por tantos, considero que debilita la potencia crítica de todo lo que con anterioridad nos ha contado.


El discurso final pierde fuerza crítica por apoyarse en otros mitos tan fueres como los que había derrumbado con la narración fílmica. La “hermandad universal” por la que aboga es falsa, como lo demuestran los años transcurridos después de la inauguración de la ONU, una organización que lejos de eliminar el armamento y los conflictos lo que ha desarrollado es una cortina de humo que defiende los intereses de los más poderosos; el “progreso humano” que apunta tampoco es real ni positivo, pues pese a habernos traído teléfonos móviles y la posibilidad de ver fútbol globalmente, también nos ha dado la bomba atómica y el pánico que a todos nos produce; la “libertad” que señala Chaplin en el discurso es también falsa, ya que la  inmensa mayoría de los seres humanos no saben qué es, la libertad es enorme solo para elegir productos en el mercado -somos libres para elegir lo que comprar, pero para poco más-; y el “pueblo”, que nombra, y del que está orgulloso por ser el que fundamenta la democracia no pinta nada, no es soberano, no toma nunca decisiones. 
El discurso final es un alegato de la ideología que termino venciendo tras la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, la ideología de los mercaderes, la misma que se repite constantemente en todas las televisiones del mundo. El discurso final de Chaplin es una defensa de la ideología del capitalismo rampante. Y lo más irónico de todo es que quizá Chaplin murió sin percatarse de ello.

 


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