La 55. edición del festival ha sido la primera en normalidad, dejando atrás dos certámenes marcados por la pandemia
Sitges no es un festival cualquiera. Cuando las luces de la salsa se apagan y el proyector comienza a funcionar, los espectadores aúllan, ríen y aplauden con furor. Cuando King Kong aparece en la gran pantalla destruyendo aviones en plena playa municipal, el personal estalla de júbilo. Cuando el nombre del director de la película o la de un actor señalado aparece en los créditos iniciales, los cinéfilos lo celebran con entusiasmo, ni que decir de las escenas más sangrientas. Una decapitación o un chorro de sangre que impregna la pantalla es motivo de festejo.
Auditori, Tramuntana, Prado, Retiro, Brigadoon… son los lugares de proyección del festival. Pero no los únicos puntos de encuentro e ilustración cultural. Cada octubre, las calles de Sitges se visten de fantasía y terror. En el punto de encuentro de área King Kong, los visitantes disponen de actuaciones, coloquios, puntos de descanso y puestos de alimentación. Bajando la cuesta llegamos a la playa San Sebastián, hermanada con la capital guipuzcoana, con la que no solo comparte la barandilla de la Concha, sino también una profunda cultura cinematográfica. El paseo frente a la playa se convierte durante el festival en uno de los lugares más transitados, ya que pasa a ser el reino para los fanáticos del género, un mercado donde poder comprar camisetas, libros, películas, muñecos y demás accesorios para coleccionistas. Al otro lado, encontramos el centro cultural Miramar y estudio Vidal, un lugar con especial dedicación a las exposiciones. También está el Mercat Vell, un espacio donde disfrutar del cine en familia, con los más pequeños de la casa. Y ya que hablamos de cine, hinquemos el diente a esta 55. edición.
Unos días después de la inauguración oficial y quedándose en el tintero Venus y Manticora, las respectivas novedades de Jaume Balagueró y Carlos Vermut, arrancamos el festival con la película surcoreana A Man of Reason, que relata las dificultades de un hombre para escapar del mundo criminal al que pertenece. En pantalla nos topamos con una mafia asociada a la especulación urbanística, lo cual permite que la trama transcurra por escenarios hasta ahora poco transitados en el género. A dicha organización criminal pertenecen personajes secundarios que imprimen al filme un gran ritmo narrativo y cierto sentido del humor. Con la acción como eje central, pero sin secuencias inolvidables, esta ópera prima brilla por su belleza fotográfica, que propulsa la pulsión sentimental del protagonista hacia su mujer y su hija.
Sin cambiar de país, las pulsaciones suben con el thriller de espionaje Hunt, presentada fuera de concurso en la sección oficial del festival de Cannes. Este también es un primer trabajo, el debut en la dirección del actor Lee Jung-jae, conocido mundialmente por ser el protagonista de Squid Game, la serie más vista en la historia de Netflix. Su apuesta parte de una historia real, el asesinato en los años 80 del que fuera presidente de Corea del Sur, Park Chung-hee. Se trata de una película de gran factura técnica y un ritmo frenético, con la hipotética reunificación de Corea como telón de fondo. Cabe destacar la gran orquestación de fotografía y montaje, aún más tratándose de un debutante en la dirección.
Dario Argento ha sido uno de los grandes nombres de esta pasada edición. El maestro del terror italiano ha recibido el Golden Honorary Award como reconocimiento al recorrido de más de medio siglo dedicado al séptimo arte y ha venido a Sitges con una nueva película bajo el brazo, su primer filme en diez años. Occhiali Neri dista mucho de sus trabajos señalados y los códigos del giallo que auparon a Argento a la cima, pero sigue conteniendo su tan personal aura terrorífica. La película cuenta la historia de una prostituta que queda ciega y trata de zafarse de un asesino en serie que toma a trabajadoras sexuales como presa. El cineasta italiano propone una sugerente lectura de la violencia machista y juega habilidosamente con la tensión dramática y la ambientación opresiva de los espacios nocturnos, pero acaba firmando una pieza demasiado irregular. A veces brilla y a veces resulta ridícula, sobre todo, en las transiciones argumentales y en la pobre caracterización del villano protagonista.
Volviendo a tierras asiáticas, nos topamos con Tales from the Occult, cinta antológica que consta de tres mediometrajes sobre los terrores ocultos que se esconden tras el paisaje urbano de Hong Kong. Tres historias individuales y tres directores que giran en torno a un mismo concepto, lamentablemente, inconexo y falto de pulso dramático. El primer relato combina las posesiones infernales con la violencia doméstica, el segundo es una historia irreverente sobre los extremos a los que puede llegar el ser humano por la fama y la reputación social, y el tercero reflexiona sobre el comportamiento vecinal ante la aparición de un extraño inquilino en su comunidad. Las tres piezas buscan retratar la desconfianza humana frente a los conflictos que afloran en la vida, pero fracasan en su misión más básica: mantener la atención del espectador.
El director estadounidense Andrew Semans subió el listón de la sección oficial a concurso con su segundo largometraje, Resurrection. Este thriller psicológico, que toma impulso en el fenomenal duelo interpretativo de Rebecca Hall y Tim Roth, cuenta la historia de una mujer que lleva 20 años tratando de superar la traumática muerte de su hija y el extremo poder manipulador que su exmarido puede llegar a ejercer sobre ella. Estamos ante un filme perturbador, espeluznante e implacable, que revolverá hasta el estómago del espectador más exigente. Un trabajo que viene a reafirmar que el ser humano y su comportamiento son los ingredientes más terroríficos que pueden existir en una película de ficción.
En 2017, Paul Urkijo llamó la atención de propios y ajenos con su ópera prima, Errementari, y seis años después volvió a Sitges para presentar su segundo y esperando largometraje, Irati. El relato está ambientado en el pirineo navarro, en la época posterior a la batalla de Roncesvalles, y cuenta la épica y romántica travesía que emprenden el líder del valle y una mujer salvaje. Con el choque entre el cristianismo y las creencias paganas como telón de fondo, este trabajo supone un salto de gigante en la trayectoria del cineasta alavés. La producción es majestuosa, hasta la fecha la mitología vasca nunca había sido llevada a la gran pantalla con semejante grandeza y el guion fluye naturalmente de un registro a otro, como el propio río que vemos en imágenes. La película recibió sonadas ovaciones en las proyecciones del festival y la aceptación popular quedó reflejada en la obtención del Premio del Público.
Mencionar el movimiento vanguardista Dogma 95 iniciado por los directores Lars von Trier y Thomas Vinterberg es suficiente para recordar que el cine danés cuenta con autores señalados a la hora de hacer temblar al espectador y llevarlo al límite. Por eso resulta llamativo que Christian Tafdrup presentara su nueva obra Speak No Evil como la película danesa más brutal de la historia. En parte, podría decirse que Tafdrup bebe de sus antecesores a la hora de construir una propuesta incómoda y nauseabunda, aunque con un mayor grado de contención. La película está protagonizada por dos familias que se conocieron de vacaciones, una danesa y otra holandesa. El director se sumerge en las diferencias culturales de cada país para sacar el máximo jugo a la psicología de los personajes. A medida que el conflicto dramático progresa, acorrala a los protagonistas en un callejón sin salida y redondea el trabajo valiéndose de una estructura circular con ecos de tragedia. Un filme que deja poso y sigue creciendo en el espectador en las horas posteriores al visionado.
Con Emergency Declaration pasamos del terror terrenal al aéreo, para abordar un filme que lanza sugerentes reflexiones a la recién nacida memoria pandémica. La nueva cinta del surcoreano Han Jae-rim, presentada también fuera de concurso en la sección oficial del festival de Cannes, pone el foco en los pasajeros de un avión. Estos se convierten en víctimas de un ataque terrorista que podría expandir una enfermedad infecciosa por todo el mundo. La humanidad se debate entre dejar aterrizar al avión o destruirlo para erradicar la amenaza y, mientras tanto, el director mantiene el pulso narrativo y la atención del público durante dos horas y media. En el apartado interpretativo brilla el trabajo de Song Kang-ho, protagonista de la oscarizada Parasite, quien además encarna al personaje que representa la vertiente más pasional de la película. Es precisamente en este apartado y en el tramo final donde el filme flojea, ya que abusa en exceso del sentimentalismo y de los giros de guion.
Ummo: La España alienígena es una de las series documentales más singulares que se presentaba en la actual edición del festival de Sitges. El proyecto de Movistar Plus, que consta de tres capítulos y explora los avistamientos de ovnis con mayor difusión mediática en España, sigue sin estar disponible en streaming, a pesar de que su estreno se preveía para noviembre del 2022. La serie hace un retrato de la España de los años 60, repasando los últimos años de dictadura, la irrupción del turismo, la luz blanca que se avistó en el cielo del sur de Madrid y varias teorías de la conspiración surgidas en consecuencia. El proyecto recoge los testimonios de periodistas, representantes públicos y demás ciudadanos que vivieron aquella época, con toques de humor. Humor que, precisamente, incomodó a dos asistentes que asistieron a la proyección. Al final del pase salieron indignados de la sala, proclamando “UMMO existe”, lanzando injurias a los autores de la serie documental y prometiendo denunciarlos. Un final de proyección que sirvió como termómetro del debate que esta historia sigue generando medio siglo después.
Una de las novedades de mayor ambición artística del cine español llegó a Sitges de la mano de Eduardo Casanova. Su nuevo trabajo es La Pietà, un filme en el que su joven protagonista, Mateo, vive con su madre, Libertad, aislado de la sociedad. Al igual que en su ópera prima, Pieles, el universo del cineasta madrileño vuelve a ser esta vez de color rosa. El hogar familiar, los vestidos, el decorado… todo está extremadamente estilizado y sumerge al espectador en un universo audiovisual sin parangón. La superación de un cáncer, el complejo de Edipo y la satírica representación del régimen de Corea del Norte se funden en esta imaginativa y perturbadora trama. Por momentos, puede que Casanova se vuelva excesivamente ensimismado y formalmente empalagoso, pero su atrevimiento a la hora de combinar una gran paleta de registros narrativos y plásticos bien merece la atención de los espectadores.
We Might as Well Be Dead supone el debut en el largometraje de la directora rusa Natalia Sinelnikova. Se trata de una coproducción entre Alemania y Rumanía que obtuvo el premio a mejor fotografía internacional en el festival neoyorquino de Tribeca. La protagonista de la historia es una agente de seguridad que trabaja en un complejo de apartamentos aislado y autosuficiente. Se trata de uno de los últimos refugios de la civilización en un mundo que se ha desmoronado. Esta comunidad comienza a perder los estribos y convertirse en paranoica cuando uno de los perros de un inquilino desaparece misteriosamente. Es en ese momento cuando el director saca a relucir su capacidad para generar situaciones surrealistas, ambientes opresivos y encuadres sumamente elegantes. Lamentablemente, la narrativa no está a la altura de la forma y el espectador acaba por perder el interés en el argumento. Muestra de ello fue la desbandada progresiva de la sala, a medida que avanzaban los minutos.
Todo lo contrario sucedió en la proyección del documental Lynch/Oz, un festín cinéfilo que compara la obra del director estadounidense David Lynch con el célebre musical de 1939, The Wizard of Oz. El trabajo de Alexandre O. Philippe está dividido en seis capítulos en los que diversos críticos y directores reflexionan en forma de ensayo fílmico sobre la afinidad creativa que existe entre ambos. Las cortinas se abren y comienza el espectáculo. Back to the Future, The Matrix, Eyes Wide Shut, Videodrome, Suspiria… miles de clips de películas icónicas se despliegan ante los ojos de los espectadores para mostrar que existe un hilo conductor entre todas ellas, en ocasiones unidas a través de las ensoñaciones que tanto peso tienen en el corpus fílmico de Lynch. Por momentos, el documental se vale de la trayectoria de Lynch para realizar una reflexión más general, incluso filosófica, sobre la representación y las tendencias culturales de los últimos 40 años. En definitiva, se trata de una delicia para los amantes del séptimo arte en cada uno de sus registros y un regalo inestimable para los aficionados del creador de Twin Peaks.
Hablando de grandes obras, existe una que se merece una mención especial. Coincidiendo con el 40 aniversario de su estreno, Sitges rescató para esta edición un clásico entre los clásicos: Conan the Barbarian. La ocasión de volver a ver las aventuras de Arnold Schwarzenegger en la gran pantalla se presentaba como una oportunidad de oro, aún más contando con la presencia en el coloquio de Colin Arthur, encargado de los efectos especiales de la película, quien recibió el Gran Premio Honorífico del festival. Sin embargo, la oportunidad de oro se convirtió en caramelo envenenado nada más comenzar el pase. La película se proyectó doblada, a pesar de estar anunciada en programación en inglés, con su título original, y esto provocó el asombro y la huida de un puñado de espectadores de la sala, inclusive este servidor.
Tratando de aliviar nuestras penas, nos adentramos a ver Huesera, otra película que llegaba con premio desde el Festival de Tribeca, en este caso el de Mejor nueva directora, para la mexicana Michelle Garza Cervera. Hasta ahora actriz, Cervera presenta su primer largometraje detrás de la cámara en forma de thriller psicológico, con el miedo de ser madre como eje dramático. La artista habla sobre los fantasmas personales del embarazo desde una mirada feminista y lo hace con un gran control hacia los elementos simbólicos. La fotografía, el montaje y el sonido están hábilmente trazados para potenciar el carácter pesadillesco del relato. Sin embargo, la autora arriesga en exceso en la segunda parte del filme. Tratando de experimentar, sucede justo lo contrario, cae en tópicos muy manidos en este tipo de historias y pierde el pulso narrativo de la película.
Tras pasar por la sección oficial de Toronto, Sisu llegó a Sitges lista para coronarse. La nueva película del finlandés Jalmari Helander se alzó como gran triunfadora de la pasada edición con cuatro premios, entre ellos mejor película, mejor actor, mejor fotografía y mejor banda sonora original. El filme, un híbrido entre el western y el cine bélico, está ambientado en la Segunda Guerra Mundial. El protagonista es un hombre fornido que se dispone a llevar el fortín de oro que ha encontrado a Laponia y, en el camino, tendrá que hacer frente a las tropas nazis. La cinta es descarnada, extremadamente violenta y contiene grandes dosis de acción visceral que consiguen transportar al espectador a la intensidad del campo de batalla, a ese inhóspito lugar donde el protagonista está dispuesto a llegar a terrenos insospechados con tal de seguir con vida. La película contiene una fuerza tremenda y al finalizar la proyección obtuvo una sonada ovación, preludio de lo que estaba por venir en la gala de clausura y la entrega de premios.
De manos vacías se fue Vesper, propuesta discreta e intimista que transcurre en un futuro distópico en el que el colapso del ecosistema terrestre ha empujado a la humanidad a un mundo en el que las habilidades naturales y los avances tecnológicos viven en un constante conflicto. La protagonista es una niña de 13 años que trata de sobrevivir con su padre paralizado en la cama. Cabe reconocer que el dúo de directores formado por Kristina Buozyte y Bruno Samper ha forjado un universo propio, un ecosistema visual sumamente personal en el que se pueden palpar los ecos de una narrativa impregnada de fantasía, ciencia-ficción y un drama humanista. Lamentablemente, el empeño de los cineastas por construir un entorno tan insólito acaba ralentizando la trama y el resultado es un trabajo estanco, donde el culto a lo atmosférico se sobrepone a cualquier virtud dramática.
El pulso narrativo disminuyó aún más con Domingo y la niebla, el segundo largometraje de Ariel Escalante. El director costarricense cuenta la travesía de un hombre cuya casa en las montañas está a punto de ser expropiada debido a la construcción de una autovía. La película, estrenada en la sección Un Certain Regard del festival de Cannes, es un trabajo reflexivo de gran elaboración visual y marcado minimalismo. Estamos ante una historia sobre fantasmas personales y el peso del pasado y, entrados en la recta final del festival, su pausado ritmo se convirtió en una losa insuperable para más de un espectador. En definitiva, un trabajo selecto que exige una disposición activa hacia la contemplación.
Acabamos esta edición con un thriller psicológico de alto voltaje. Watcher, segundo largo de la directora estadounidense Chloe Okuno, transita por territorio familiar. Desde la popular cinta de Alfred Hitchcock, Rear Window, las historias sobre personas que observan a sus vecinos secretamente han sido llevadas a la gran pantalla en múltiples ocasiones. En este caso, la protagonista es una mujer joven que se muda a un nuevo apartamento con su prometido y se ve atormentada por la sensación de ser acosada reiteradamente por un hombre. La película propone un terror auténtico, el de la violencia machista, y juega habilidosamente con el guion. La directora logra llenar de significado hasta el último plano de la película y vuelca así las expectativas sembradas en el espectador al inicio de la proyección. La cinta acaba convirtiéndose en un poderoso alegato al empoderamiento femenino.
Concluye así una edición donde la paleta de propuestas ha vuelto a ser de lo más variada y el nivel de las películas consistentemente alta. ¡Hasta el año que viene!